CUANDO LA MUJER TRANSGREDE

La mujer está en constante re-definición de su identidad y su función en la sociedad. Ya no acepta calladamente el molde de sus antecesoras. Hay aún en ella valores culturales atávicos tales como la dependencia o el ser-y-vivir-para- otros, pero cada vez enfrenta con más valentía la ruptura y la transgresión de un orden establecido que limita su crecimiento como persona.

Dice Liliana Mizrahi: “Crecer es un riesgo. Postergarse también.”

Esta ruptura no significa destrucción, sino la creación de un orden nuevo para su vida que la enriquezca como ser humano total. La mujer transgresora se convierte en un sujeto de creación de sí misma.



El primer paso de ese proceso creador es la denuncia de los prejuicios y falsos valores que han mantenido a a la mujer en situación de inferioridad o explotación. Desenmascarar las estructuras que alimentan los mitos y negarse a ser víctimas y cómplices del estatus quo.

Toda transformación comienza con la antítesis, dice Hegel, pero no alcanza con quedarse en esa etapa. La mujer tiene que pasar del simple cuestionamiento del sistema (la antítesis) a la creación de una nueva síntesis.

Claro que los valores ancestrales no se extirpan de un día para otro, están conviviendo dentro de cada mujer y entran muchas veces en conflicto con los nuevos que pretende alcanzar.

Los valores antiguos permanecen dentro conviviendo con los nuevos que pretende alcanzar, produciéndose muchas veces un conflicto. Todo sistema, cuando está estimulado por el cambio tiende a aumentar los mecanismos de mismidad, de equilibrio. Dependerá de su flexibilidad para adaptarse el que pueda generar respuestas nuevas.

Transición y ambivalencia

Ese conflicto se manifiesta generalmente como ambivalencia, puesto que la mujer debe convivir simultáneamente con la frustración que le generan los estereotipos con los que fue educada y la esperanza de la nueva identidad por venir. Oscila, a veces se culpa, o se auto-agrede enfermándose, se bloquea, se anula o se paraliza.

Aceptar la ambivalencia es aceptar dentro de sí dos aspectos vividos como contradictorios, porque no se le enseñó que pueden ser complementarios. Poder aceptar la ambivalencia, es también aceptar lo diferente, no sólo en el otro, sino también dentro de sí misma.

Es necesario un re-aprendizaje para asimilar los nuevos elementos, y esto implica asumir la responsabilidad de saber que la contradicción existe mientras lo viejo y lo nuevo aprenden a convivir, entretanto se logre el re-ordenamiento en una nueva escala de valores que nos permita el crecimiento. Este re-aprendizaje implica esfuerzo y tolerancia al dolor y a la frustración.

La re-creación de sí misma

La mujer que transgrede lucha por alcanzar la libertad, se sabe proyecto de mujer nueva, se atreve a ensayar sin garantías, sin la falsa seguridad que le enseñaron a perseguir para conjurar el miedo a la libertad. Deja de ser cómplice amordazada de lo que la oprime.

Acepta el factor de riesgo, pero sabe que puede ser destructivo o constructivo, según como lo maneje, pero da el paso hacia la “desobediencia” de los antiguos modelos. Esto la afirma en la construcción de su autonomía.

La realidad nos marca límites que tenemos que aceptar si queremos realizar cambios efectivos. La libertad no se encuentra en la antítesis, en ir contra todo, sino que se encuentra en la síntesis, en el proceso creador, en la aceptación e integración de nuestras polaridades, en la armonía de lo atávico y lo nuevo.

Sometimiento versus transgresión

Someternos a las normas establecidas social e históricamente nos da un sentimiento de pertenencia en tanto nos sirven de referencia y marco de identidad. Suponemos que el consenso social es la verdad. Así, la mujer se somete a un sistema que la aprueba o la sanciona; se somete por temor a perder la aceptación social y a ser marginada.

La mujer transgresora que denuncia, que actúa “diferente” porque se para sobre sus pies y echa a andar, es vivida como una amenaza por los hombres y mujeres conservadores porque se transforma en un agente de cambio para otras mujeres con el ejemplo de su vida, con su coraje de ser ella misma en el acierto y en el error.

Frente a ella los hombres entran en confusión porque no les da resultado el esquema obsoleto con que se manejan y la acusan de ser “loca”. Las mujeres conservadoras sienten una mezcla de envidia y resentimiento hacia la que se atreve a desafiar el orden establecido.

Se la castiga y se la hostiga, y en el mejor de los casos se le tolera su crecimiento siempre y cuando cumpla con su rol tradicional mejor que cualquiera. Lo que le cuesta doble gasto de energía.

La transgresora es un elemento subversivo, que se convierte en un agente de cambio del medio que la rodea, transitando el duro camino que va de la pasividad y la ingenuidad a la inteligencia y el coraje de ser ella misma.

A la conquista de la soledad

En tanto proyecto de mujer nueva que no calza en los cánones tradicionales, tiene muchas veces un sentimiento de soledad. Pero hay muchos tipos de soledad. A veces la mujer entra en dependencia en las relaciones afectivas para evitar la soledad, al precio de su autonomía.

Siente la soledad como aislamiento, como vacío, porque se le enseña y se le hace sentir que una mujer que está sola no es nadie, que precisa un hombre al lado para ratificarla en su identidad femenina.

No se tiene en cuenta que sólo puede elegir vivir con una persona quien ha conquistado su propia soledad, quien la vive como instancia de madurez y armonía interior. Será mejor compañera y mejor madre quien se haya desarrollado como persona, y no pretenda vivir su vida y realizar sus deseos a través de su pareja o sus hijos.

La mujer nueva aprende a pensar la soledad como un espacio fértil de auto-conocimiento.

Las resistencias al cambio

Todo cambio implica incertidumbre por el futuro y duelo por lo perdido. La transformación requiere de la integración de los elementos nuevos a otros que tienden a mantener la estabilidad y asegurar la continuidad de la identidad.

Para que haya un cambio es premisa indispensable que haya una toma de conciencia de que algo ha de ser modificado. Luego es necesario un proceso de re-estructuración entre lo nuevo y lo viejo; integrándose lo nuevo a lo ya existente.

Lo que significa que hay que desestabilizarse momentáneamente, creando una ruptura en la continuidad existencial, puesto que nuestra personalidad está estructurada en base a identificaciones, y organizamos un sistema coordinado y más o menos estable con respecto a ellas para poder funcionar.

Cuando introducimos un elemento nuevo es conveniente que se establezca un “diálogo” interno entre lo viejo y lo nuevo, de manera de hacer el cambio evolutivamente, de forma gradual y progresiva.

Es bueno sopesar los pros y los contras; quizás hasta rechazar el cambio momentáneamente, hasta que se pueda hacer una síntesis tomando lo asimilable y dándose el tiempo para conseguirlo.

Un dolor fecundo

En la medida que el cambio supone duelos y riesgos, conlleva dolor, pero un dolor fecundo, que significa renacimiento, recreación de una misma. El desfasaje entre el el deber-ser y la existencia real es lo que genera ese proceso doloroso.

Para tolerar ese dolor es importante sentir que ese proceso de re-estructuración significa una afirmación de sí misma y un paso hacia la libertad.

Si nos disponemos a cambiar, para tener éxito en esa aventura es necesario tomar conciencia de nuestros recursos internos y externos y de nuestras limitaciones para ser realistas en nuestros movimientos: no destruirnos con la omnipotencia ni paralizarnos con la impotencia.

Y sobre todo, tolerar la incertidumbre, aceptar una cierta inestabilidad temporaria, recordar que se está en proceso de construcción.

Estar “en transición”


La aceptación e integración de las polaridades, la búsqueda de la convivencia armónica entre lo ancestral y lo nuevo, es como estar entre dos realidades: una identidad que se va perdiendo en el fondo y otra nueva, creada con nuestras elecciones, que se va haciendo figura aún no muy definida. Una nueva creación en la que la mujer es protagonista de su vida, que aunque contradictoria por momentos, sea fermental y no estancada.

Porque ¿quién detendrá esta doble necesidad de vivir?

Doble opresión
Doble explotación
Doble jornada de trabajo
Doble militancia
Doble lucha
Doble esfuerzo
Doble moral
Doble, doble, doble.
Paradójico, ya no hay quien nos doble,
Nos pliegue,
Nos quiebre,
Nos aplaste.
Quizás nos engañen
Nos mientan
Nos seduzcan
Se burlen
todavía.
Pero quién detendrá esta doble
necesidad de vivir.

(Diana Galak)


Bibliografía:

Lagarde, M. (1997) Cautiverios de las mujeres, UNAM, México
Galak, D. (1980) Poema “Destino de Mujer”
Mizrahi, L.(1987) La mujer transgresora. Grupo Editor Latinoamericano.
Sau, Victoria (1989) Diccionario Ideológico Feminista. Icaria.

Publicado en el Diario La República (de las Mujeres) de Uruguay el 29.03.1992 y en la revista Gestáltica SOMOS Nº5 de mayo de 1998.

Pintura: Lempicka

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