DE LA CINTURA PARA ABAJO








Pocos hombres hacen el amor como le gusta a una mujer. Algunos realizan un coito y muchos simplemente se conforman con utilizar el cuerpo de la mujer como receptáculo de su esperma para alivio de sus “urgencias sexuales”. Esto lo puede escuchar cualquier hombre de boca de muchas mujeres, si tiene la valentía de preguntarlo y la humildad de aceptar la respuesta.

Y no me refiero a técnicas, sino a sensibilidad y consideración. Y, señores, como imagino que deben estar enfadados al leer estas aseveraciones, paso a explicar sus fundamentos.

De qué se quejan las mujeres

Más allá del tipo de relación del que estemos hablando, las mujeres suelen quejarse sobre todo de la ausencia de afecto y caricias que preceden a la relación sexual, aún en hombres que dicen querer a esa mujer. Los intercambios sexuales suelen limitarse al coito, y las caricias, si existen, tienen como fin preparar a la mujer para la penetración.

Tampoco hay mucha expresión de afecto después de la relación, y mientras que las mujeres esperan un abrazo, una ternura o una palabra, muchos hombres simplemente se apartan, fuman, se levantan, se van o...se duermen sin más trámite (a veces encima de la infortunada).

Las mujeres también se quejan de que los hombres no saben cómo acariciarlas, y lo que es peor, si se atreven a sugerir el modo que les resulta más placentero, probablemente su compañero se moleste.

Es que hay muchos factores que inciden para que hombres y mujeres nos vivamos como seres de diferentes planetas en lo que a entendimiento sexual se refiere. Y no es que sean tantas las diferencias, sino cómo las ha acentuado la educación sexual (¿o debería decir el analfabetismo sexual?) que recibimos a lo largo de nuestras vidas.

Factores de represión

Existen factores fisiológicos que diferencian la forma de vivir la sexualidad de hombres y mujeres. Sin duda. Sin embargo, creo que tienen más peso los factores socioculturales en este desencuentro.

Durante mucho tiempo nuestras tradiciones religiosas han condenado el disfrute del placer sexual por sí mismo, sin un fin procreativo. Todos sabemos, no obstante, al menos a nivel racional, que interpretar la necesidad sexual como función biológica únicamente al servicio de la procreación, es un método represivo de una ideología conservadora.

Desde hace cuatro mil años, el mito del amo y la esclava en el lecho (y fuera de él) del macho omnipotente y la virgen sumisa representan los papeles que les ha adjudicado el contexto sociocultural. La meta de las relaciones sexuales era, en todo caso, proporcionar placer al hombre por medio de la penetración y la eyaculación. La mujer era un receptáculo poco interesada en el juego.

Luego de la revolución sexual de la década del sesenta, se admite que las mujeres sientan placer y alcancen el orgasmo. Pero seguían siendo pasivas. El macho, supuestamente experto en la cuestión, es quien controlaba la situación, a él le incumbía enseñar y/o satisfacer a la compañera sexual.

En la década de los setenta las mujeres empiezan a revalorizarse y a comprender que durante mucho tiempo estuvieron tratando de vivir su sexualidad como se esperaba de ellas, esto es, dejando que la misma se convirtiera en una respuesta social e ideológica más que personal.

El hombre ha sido el modelo, la referencia para conocer la respuesta sexual de la mujer. Tal como el hombre siente, se espera que la mujer responda. Este error fue esclarecido al comprender que el placer sexual femenino no es efecto o derivado, exclusivamente del placer peneal.

El problema es que a partir de las diferencias anátomo-fisiológicas para la reproducción, hombres y mujeres vivimos un proceso de culturización, diferenciado que nos va alejando, con aprendizajes divergentes en la vivencia amorosa. Aunque también se entremezclan la ideología represiva con la famosa doble norma moral, por la que los hombres tienen derecho a ejercer su sexualidad cuándo y cómo quieran y las mujeres son juzgadas negativamente si hacen lo mismo.

¿Diferencias reales o aprendidas?

Es cierto, dijimos, que existen reales diferencias en la forma de vivir la sexualidad de hombres y mujeres. Probablemente la mayoría de las mujeres tienen mezclada la afectividad y la sexualidad. Esta afectividad no tiene por qué estar relacionada necesariamente con el tiempo de la relación o con el compromiso por la otra persona.

Raramente una mujer se siente exclusivamente como cavidad receptora de un pene. Las mujeres se viven como una globalidad que necesita expresiones de sensualidad a nivel de todo su cuerpo y no sólo de sus genitales. Esa unidad incluye también la relación mente-cuerpo, por lo que les resulta difícil -afortunadamente- hacer la división a la que alude el título de este artículo.

Esta división es frecuente en los hombres, y expresa simbólicamente que su entrega en la relación es exclusivamente a nivel sexual pero no afectivo. Es parte de la educación machista que los hombres aprendan a no manifestar sus emociones, lo cual es sentido como expresión de su superioridad frente a las “histéricas” hembras que se dejan llevar por lo que sienten.

Aparte de esto los hombres manifiestan, en general, que no necesitan de las caricias en la misma medida que lo reclaman las mujeres. No saben lo que se están perdiendo.

La importancia de las caricias

Es un hecho comprobado que los estímulos cutáneos son esenciales para el desarrollo armonioso del comportamiento psíquico del niño. El equilibrio psíquico y físico del adulto también requiere de las sensaciones táctiles. La estimulación permanente de la piel sirve para mantener el tono sensorial, motor y afectivo, como si el cerebro necesitara una excitación continua para mantenerse activo.

Cuando dos personas se aproximan, se miran, se sonríen o se abrazan, se establece entre ellas un “campo de resonancia”, que desencadena una respuesta física con cambios en el tono muscular y se producen modificaciones en la tasa de hormonas que entran en el torrente sanguíneo, en los proceso enzimáticos, en los niveles de atención, en la percepción, en una palabra, en la totalidad del organismo.

Además, cuando una persona se siente acariciada y deseada por otra, refuerza su sentimiento de autoestima. Valoriza su cuerpo como algo agradable capaz de despertar deseo y brindar placer. Los contactos enriquecen la imagen del cuerpo y por el contrario, las represiones inculcadas en la primera infancia producen zonas ciegas o insensibles del esquema corporal. Muchos casos de anorgasmia provienen del “no te toques”, “no te dejes tocar”, como mandatos parentales.

La persona adulta sufre las frustraciones de épocas anteriores o del momento presente, si no está recibiendo suficientes caricias. Cuando el inconsciente somatiza la angustia de la frustración afectiva lo hace frecuentemente a través de afecciones de la piel.

Asimismo, la ansiedad provocada o reforzada por la insatisfacción táctil o afectiva puede provocar dolorosas contracciones musculares, en particular a nivel de los músculos posteriores, produciendo el “acorazamiento” muscular.
Importante es entonces recordar que tocar y acariciar son fines en sí mismos, no sólo medios para lograr un orgasmo.

El hombre y la mujer nuevos

Mujeres y hombres pueden enriquecerse aceptándose en su totalidad; aceptando que todos tenemos una parte femenina y una masculina en nosotros que es necesario equilibrar.

El hombre nuevo aceptará esa parte femenina de su personalidad sin temor. Tendrá así derecho a ser sensible, vulnerable, tierno y también tendrá derecho a pedir y dar; el derecho a no excitarse, a no penetrar, ni eyacular si no lo desea. Tendrá derecho a acariciar y ser acariciado. No estará obligado a tomar siempre la iniciativa.

Por su lado, la mujer nueva no se conforma con estar pasivamente disponible y a la espera, sino que actúa. La mujer nueva quiere un compañero verdadero, capaz de sentir, de expresar, de compartir emociones y no un individuo disociado que se esconda tras una coraza de falsa virilidad.

Quiere un hombre entero, que no se castre de la cintura para arriba, por temor a la entrega de su corazón.


Bibliografía:
Gomensoro, A., Lutz, E. (1989) Geografía del Sexo, Uruguay.
Masters & Johnson (1966) Respuesta Sexual Humana.
Leleu, G (1983) La importancia de las caricias, Editorial Bien Etre.

Publicado en el Diario La República de las Mujeres de Uruguay el 16.06.1991.

Pintura: "Adán y Eva" Durero.

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